Un mensaje
iluminó la pantalla de su móvil: “Es ahora o nunca”.
Era la señal
convenida. Se desnudó con parsimonia y se puso el pijama que guardaba para las
ocasiones especiales. Colocó el traje gris de oficinista en el galán de noche.
Abrió de par en par la ventana para que entrara el relente. Dispuso encima de
la mesilla el vaso de leche tibia, la cápsula y el diario abierto por la página
del día. Contestó al mensaje del móvil con un escueto: “Ok. Amor.” Dejó las
zapatillas perfectamente alineadas y se acostó.
Puso la
cápsula en la lengua y apuró a pequeños sorbos el vaso de leche. Al tiempo que
arreglaba el embozo, pensaba que aquella noche dormiría como si no hubiera un
mañana. Se persignó tres veces y cerró los ojos.
Un nuevo
mensaje iluminó la pantalla del móvil: “Dulces sueños, amor.”
Para
entonces, la luna roja que anunciaron en todos los telediarios, ya se había
desangrado sobre la cama.
Mª José Vergel Vega
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