No sabría expresar con precisión la relación tan especial que me une a Julia. En ocasiones, los personajes que uno crea se vuelven tan reales que cuando los dejas marchar, te duelen terriblemente en el alma. Hoy no pude por menos que escribirle estas palabras de añoranza.
Querida
Julia:
Apenas
acabas de irte y ya te echo de menos. Sin duda, nadie me entiende como tú, sólo
a ti podía contarte la historia de las penas de cada día.
Sólo tus manos cosían de manera adecuada mis heridas.
Sólo tus manos cosían de manera adecuada mis heridas.
Me pregunto
qué estarás haciendo ahora, a solas con ese Sandokán rubio del Yoni que, bruto
y todo, siempre estuvo por tus huesos.
Te recuerdo
deambulando por la casa, buscando la palabra precisa para opinar sobre lo
divino y lo humano.
Soy un corazón cansado que te extraña.
Soy un corazón cansado que te extraña.
Nunca pensé
que diría esto, pero fueron tantos años a tu lado, que la vida se me ha ido
pintando de gris sin el cascabeleo de tu risa.
¿Acaso me
robaste la caja de las palabras antes de marchar a tu isla de caracolas? Ando
buscándolas y puse la casa patas arriba. No hay ni rastro de ellas. Puede ser
también, no me hagas caso, que se las haya tragado este mundo loco que no nos
deja sosiego. Tú sabes que yo no puedo vivir sin las palabras. Ellas llenan
cada rincón de mi pecho, son mi sístole y mi diástole, mi alfa y mi omega.
Desde que te marchaste no encuentro la manera de que me bajen a la mano, andan
en mi cabeza hechas una maraña que me tortura y me hace sentir vulnerable.
Cachito de
mis entrañas, ¿será que formas parte de mí?, de esa niña que aún me habita de
cuando en vez y que abrazo ahuyentando la desesperanza.
A ti es a
quien extraño nada más abrir los ojos
cada mañana y echo en falta tus pasos por la casa... la vieja canción cuyas notas
dejabas en cualquier rincón y que el viento revolvía mientras se oreaban las
habitaciones.
Te extraño a
la hora del desayuno y hasta me parece ver una muesca de tu sonrisa en el café
con dos de azúcar que me instala en el mundo cada mañana.
Bostezo, y
sin querer, se me escapa tu nombre sobre la mesa y me lo pone todo perdido de
recuerdos.
Mi niña
perdida, ¿qué estarás haciendo ahora?, en el
preciso instante en que no doy con la rima para unos versos que hace
tiempo que me quitan el sueño y que las musas, esas impresentables, se regodean
en jugar con ellos hasta que una mañana al despertar me los encuentre hechos
añicos sobre la alfombra.
La vida se
me ha vuelto infiel, querida Julia, y por más que revuelvo el armario no
encuentro nada que ponerme para la ocasión, ya tú sabes cómo soy yo para estas
cuestiones.
Dicen que el
náufrago siempre vuelve al mar. Debe ser por eso que te busco y acecho el rumor
de las caracolas por si algún atardecer me trajeran la certeza de tu regreso.
¡Cachito de mis entrañas! Alimenta tu alma y deja que crezcan tus alas lejos de este estío en gris mayor que nos separa...y no me hagas caso, esto que siento deben ser estragos del tiempo y la distancia.
Mª José Vergel Vega
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