Les voy a contar la historia
de un príncipe singular,
que no tenía caballo
y nunca quiso reinar.
Aquel príncipe portaba
la corona de papel,
no vestía caras ropas
ni tripulaba bajel.
Era un príncipe sencillo,
virtuoso del violín,
llegaban sus serenatas
del uno al otro confín.
Un día se fue muy lejos
a tocar sus partituras.
Su reino, que no era reino,
enfermó de la amargura.
Entre Mozart y Beethoven
la vida se le pasaba,
ni se acordaba del reino
que sin él tan triste estaba.
Pasó el tiempo y llegó carta
una serena mañana.
Alteza: vuelva usted pronto,
mucho le echamos en falta.
Sus padres están muy tristes,
la pena les atenaza;
si usted no regresa en breve,
la muerte los arrebata.
Compungido quedó el príncipe
ante tamañas palabras,
metió el violín en su caja
y volvió de madrugada.
Cuando despuntaba el día
en todo el reino sonaba
la melodía más bella
que los siglos recordaban.
Sanó el rey, sanó la reina,
ya todo el reino sanaba.
Una dulce melodía
alegres los despertaba.
Y hasta aquí llega este cuento
del príncipe violinista;
ójala el mundo estuviera
gobernado por artistas.
Mª José Vergel Vega
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